viernes, 11 de julio de 2014

«Ushuaia», de Alberto Conejero



Conejero, Alberto: Ushuaia. (Premio “Ricardo López Aranda” 2013). Madrid: Publicaciones de la ADE,2014. Serie: Literatura dramática iberoamericana, nº 69. 100 págs.



“Fin del mundo, principio de todo” es el lema de Ushuaia, la ciudad situada más al sur de nuestro planeta, en Argentina, que sirve de título a esta obra con la que Alberto Conejero consiguió el Premio Ricardo López Aranda 2013, que convoca con periodicidad bienal el Ayuntamiento de Santander. 

Resulta pertinente detenerse un momento en tal título y divisa, que el autor pone a la cabeza de su texto. Ushuaia, nombre lejano y evocador que desprende aromas de leyenda, sitúa su acción en los confines de la tierra; una acción en la que el fin y el principio marcan el rumbo del drama, como el tiempo infinito de una conciencia interior. 

En Ushuaia vive desde hace muchos años, aislado de la cercana población, Mateo, un alemán ya anciano y próximo a la ceguera. A lo largo de su vida ha construido un solitario refugio en el que tan sólo le acompañan los recuerdos de su joven compañero Matthäus y de Rosa, una mujer judía que jugó un papel fundamental en los sentimientos de ambos. 

Hasta allí llega Nina, quien, con una edad similar a la de Rosa, responde a un anuncio de trabajo como asistenta. Si en un primer momento, Mateo prefiere mantener una distancia fría, los esfuerzos de ella para ser aceptada por el huraño viejo le franquearán finalmente su permanencia en la casa. Pero Nina también oculta secretas intenciones hacia el hombre, que tienen su origen en los sucesos trágicos del pasado.

Con estos cuatro personajes y una mezcla de tiempos y espacios, en los que se combinan el territorio austral y la ciudad griega de Salónica en el período de su ocupación por los nazis, Alberto Conejero desarrolla un drama en ocho escenas sobre la conciencia, la culpa y la capacidad redentora del amor. 

Si en un primer momento la trama parece discurrir por caminos más o menos explorados –la búsqueda del criminal de guerra oculto-, el autor introduce paulatinamente un proceso de desvelamiento, no exento de sorpresas, en el que las identidades son parte sustantiva. Es este un asunto, el de la identidad, recurrente en otras obras de Conejero, y que alberga en este caso una de las claves internas del drama. Porque en realidad, los cuatro personajes existen en función de los otros, de la vida y actos de los otros, del amor y del dolor por los otros. El autor los dibuja en un claroscuro que resguarda zonas de indefinición: la ambigua relación entre los dos hombres, la amargura íntima de Nina por razones nunca explicitadas... Hay siempre algo escondido, incógnito, en las motivaciones finales que los impulsan y abocan hacia su propia tragedia. 

Por otra parte, Alberto Conejero siembra su obra de recursos transtextuales cargados de simbología. Baste con señalar algunos ejemplos, como la escena inicial entre Mateo y Matthäus -en quienes no resulta difícil evocar los lorquianos personajes del Viejo y el Joven de Así que pasen cinco años-, mientras memorizan versículos del último capítulo del Apocalipsis, el libro del final de los tiempos. O como la lectura de Moby Dick, la historia del acoso obsesivo y autodestructivo del capitán Ahab sobre la monstruosa ballena, que el anciano invita a leer a Nina. O los pasajes anotados de La Ilíada sobre la persecución de Héctor por Aquiles… 

También pleno de simbolismo es el espacio de la acción, que se describe con altura poética y recoge en cierta manera las pautas estilísticas por las que fluye la obra. Su didascalia merece reseñarse: “Así fue como el salón se llenó de raíces. Saltaron los goznes de las ventanas, se agrietaron las paredes, se abrieron los techos bajo el cielo. El hielo de las cumbres se hizo presente. Los zorzales robaron los corchos de las botellas. El bosque se abalanzó, incendiado por el otoño, enmarañado de lenga y de canelos, hasta la puerta de la casa. Allí se detuvo, sin estrépito. Desde entonces, es difícil distinguir la casa del bosque o el bosque de la casa, e imposible saber si una puerta se entreabre o si es que el viento está doblando los troncos.”

En esa misma indefinición se mueven los tiempos, que conjugan el presente y los pasados sin solución de continuidad: los diálogos del protagonista con quienes son recuerdo pero también presencia viva y constante de su existencia. Mateo interpela, pide respuestas, busca o huye de los que habitan su conciencia. Y el lector-espectador, inmerso en un gran decurso onírico, pasa a formar parte de ella.

Nacido en 1978, Alberto Conejero se encuadra en una pujante generación de nuevos dramaturgos españoles, entre los treinta y cinco y los cuarenta años, de la que Eduardo Pérez-Rasilla realizó una amplia enumeración y análisis en un interesante artículo publicado en 2011 (vid. revista Acotaciones, nº 27). Es autor de una buena porción de títulos, algunos de ellos merecedores de premios como el del IV Certamen “Leopoldo Alas Mínguez” 2010 conseguido con Clift (Acantilado), y el Premio Nacional de Teatro Universitario 2000 que ganó con Húngaros. Además, en 2013 publicó La piedra oscura, centrada en los últimos días de Rafael Rodríguez Rapún, secretario de La Barraca y compañero sentimental de Federico García Lorca. 

Con Ushuaia, Conejero da un paso más en la evolución de su escritura dramática, sin abandonar por ello los mundos y recursos que la han caracterizado hasta el momento. Se trata sin duda de un texto hermoso, revestido de sutilezas y aristas, que se adentra en los territorios de un existencialismo lírico. Un drama perfilado con delicadeza, que reclama a gritos su oportunidad de llegar a los escenarios. 
Federico Martínez-Moll

 

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